Los bebés tienen un gran número de receptores sensitivos en los dedos y en los labios, por eso les gusta tanto chuparse los dedos, de hecho se ha comprobado que algunos se chupan el dedo ya desde las 22 semanas de vida intrauterina. Este hecho se produce porque el sentido del tacto sirve a los niños para tranquilizarse solos, para explorar el mundo y para iniciar el contacto con el mismo.
Entre los seis y los nueve meses de vida, el pequeño comienza a explorar el mundo que lo rodea. En estos primeros periodos de vida el tacto también es muy importante para el desarrollo emocional del bebé y el niño, por este motivo y por la influencia en los procesos cognitivos posteriores es necesario que los padres desarrollen desde el nacimiento la sensibilidad táctil en sus hijos.
El proceso de evolución de la percepción táctil viene asociada con el desarrollo cerebral en los primeros meses del pequeño. A partir del primer año de vida, empieza un sistema de exploración más asociada con las manos.
A los dos años, los niños comparan los objetos manipulándolos para determinar su forma, tamaño y también sus funciones.
Los bebés al nacer son incapaces de ver. El proceso visual requiere de un largo aprendizaje. La vista es un sentido que tarda mucho en resultar efectivo. El cerebro necesita aprender a interpretar lo que los ojos del pequeño observan. Es un proceso intenso de maduración que se desarrolla durante el primer trimestre de vida. El mayor crecimiento se produce durante el primer año de vida.
Los ojos del recién nacido son apenas más grandes que la mitad de los ojos del adulto. La mayoría de los bebés caucásicos tienen ojos de color gris claro o azules, pero este color suele cambiar a los 6 meses de edad. Al nacer, los bebés sólo pueden enfocar a una distancia corta (aproximadamente 20-30 centímetros). En las primeras semanas los pequeños pueden seguir y rastrear un objeto. El bebé girará la cabeza hacia un foco de luminosidad y podrá observarse también un reflejo fotomotor, que consiste en que las pupilas se contraen cuando son iluminadas. Los recién nacidos pueden detectar la luz y la oscuridad, incluso ver en una escala de blanco, negro y grises, pero no pueden ver todos los colores. El recién nacido puede percibir cambios en la intensidad de la luz y puede fijar puntos de contraste.
A las dos semanas de edad es capaz de diferenciar en cuanto a color y luminosidad. El rostro humano reúne estas características, por ello se fijará especialmente en las caras de los que le rodean. Durante los primero meses pueden presentar falta de coordinación en los movimientos oculares e incluso pueden parecer bizcos
Hacia el primer mes de vida, el bebé comenzará a mostrar un cierto interés por el entorno durante muy cortos periodos de tiempo. Hacia los dos meses de vida (8-10 semanas) puede seguir un objeto en lento movimiento a una distancia de 30-60 centímetros en un arco de 180 grados y puede percibir el contorno de los mismos.
A partir de las 10 semanas se produce un avance notable, ya que es capaz de percibir bastante bien los detalles más pequeños, y puede enfocar a casi cualquier distancia. Además, ya pueden abrir y cerrar las manos, dirigirlas hacia un objeto y golpearlo, es aquí cuando se inicia el perfeccionamiento de la coordinación ojo-mano.
Entre los tres y los cuatro meses de vida se produce un aumento del control muscular del ojo que le permite al bebé seguir objetos. También se produce un incremento en la agudeza visual que le permite discriminar los objetos a partir de fondos con un mínimo contraste.
Entre los cuatro y seis meses la visión del color se desarrolla. Reconoce objetos y los busca con la mirada, es capaz de ver a más distancia.
A partir de los siete meses, puede mirar fijamente objetos pequeños y empieza a tener una percepción de la profundidad. Puede ver todos los colores y poco a poco será capaz de seguir objetos que se muevan a mayor velocidad.
Los bebés desde muy pequeños son capaces de reconocer el olor de su madre que les transmite sensación de calma y confianza. De este hecho se deduce que la experiencia olfatoria ya está presente, de alguna manera, en la vida intrauterina y va entrenando al pequeño para que, al nacer, pueda captar los olores del mundo exterior.
El recién nacido aborrece los efluvios fuertes y artificiales, que le causan una profunda sensación de desagrado. En cambio muestran una clara preferencia por los aromas suaves y naturales, sobre todo si son dulzones, como el olor a flores, bollos o miel.
Mediante el sentido del olfato, el bebé capta partículas químicas presentes en el aire, que actúan como estímulos y le proporcionan información sobre el ambiente que le rodea. Así, el pequeño aprende enseguida a relacionar su sensación de hambre con el aroma de la leche del pecho de su madre o del biberón que le está preparando.
Según los expertos, esta sensación olorosa mitiga la ansiedad que le produce la espera, lo que confirma que el sentido del olfato, además de proporcionar una valiosa información al pequeño, le produce placer.
Además, le enseña a anticiparse a los hechos y, como consecuencia de esto último, también estimula su incipiente capacidad de memorizar.
Por todo ello, el olfato es un sentido fundamental para la alimentación, la supervivencia y el desarrollo intelectual y emocional del bebé, desde sus primeras horas de vida. En el útero, su sentido del olfato se ha desarrollado junto con el del gusto, aunque nunca ha olido como lo hace cuando sus pulmones se llenen de aire. Por ello, durante los primeros meses de vida el sentido del gusto y del olfato van madurando al unísono y permanecerán relacionados durante el resto de su vida.
El recién nacido distingue perfectamente los sabores dulces de los amargos, ácidos y salado, y muestra una clara preferencia por los mismos. La leche materna es dulce, sobre todo al principio de la toma, por lo que el bebé se engancha con más facilidad. Al final de la toma, la leche es menos dulce pero rica en grasas.
El viaje del niño a través del mundo del gusto comienza durante el período de la gestación. Las papilas gustativas de los niños se forman alrededor de la octava semana de embarazo y ya funcionan antes del tercer trimestre de gestación. En esta etapa, los niños empiezan a percibir, reconocer y después familiarizarse con los diferentes sabores que encontrarán después de nacer.
Durante el primer año de vida, el sabor preferido de los niños es el dulce. Con el inicio del destete, muchas cosas cambian. de repente el sabor de la leche se sustituye por el más sabroso y cremoso de la papilla. Los niños desarrollan el sentido del gusto a medida que los adultos incrementamos el número y la variedad de los alimentos que forman parte de su dieta. Está demostrado que el sentido del gusto ya está desarrollado antes del nacimiento. Sin embargo, las papilas gustativas reciben su mayor estímulo a través de la alimentación, por lo que el bebé será capaz de responder de manera distinta ante los cuatro sabores básicos: dulce, salado, agrio y amargo.
En el caso del dulce, el bebé desde muy pequeño se encuentra familiarizado con él debido al sabor dulce de la leche materna o de fórmula. En el caso del salado, por lo general el bebé comienza a reconocer este sabor en el sexto mes de vida del bebé, con la incorporación de alimentos como las carnes o las verduras. En cuanto al sabor agrio a muchos pequeños no les desagrada este escalofrío gustativo, ya que la sensación resulta muy refrescante. Ante este sabor, los bebés suelen reaccionar cerrando los ojos y frunciendo los labios.
En el caso del oído es el primer órgano sensorial que madura. A las 24 semanas de gestación, el bebé comienza a percibir y a distinguir sonidos, por ello es fundamental estimular dicho sentido incluso cuando el bebé se encuentra en el útero materno. EL feto puede distinguir la voz de su madre en el segundo trimestre de gestación y, al poco tiempo de nacer, se gira hacia el lugar del que proceden los ruidos que detecta.
Los neonatos son capaces de diferenciar tipos de sonidos, tonos agudos o graves, distintas voces, sonidos familiares o extraños e incluso distinguen la dirección de donde parte el sonido. Es por ello por lo que la cóclea funciona igual que la de un adulto a partir de la vigésima semana de gestación. Además, a lo largo del tercer trimestre, el feto es capaz de acoplar su cabeza sobre la pelvis de la madre permitiéndole reconocer la voz de ésta.
La conexión de los nervios entre la visión y la audición que permite el movimiento de la cabeza en función de la dirección del sonido está ya desarrollada en el neonato y le sirve para obtener mejor percepción. También resulta normal que los bebés se sobresalten con un ruido intenso, de manera que a veces sólo se estremecen, se despiertan o rompen a llorar.
A lo largo de la infancia el sistema nervioso irá madurando y permitiendo que las vías y centros nerviosos que emitirán los procesos auditivos, poco a poco se vayan especializando.
Para la mayoría de los pequeños, tanto la audición como la hemisferiedad y el lenguaje mantienen una relación. De esta forma, el hemisferio izquierdo es el responsable de la comprensión y producción del habla, mientras que el hemisferio derecho se encarga del tono, la melodía, la acentuación etc. Por este motivo el oído derecho guarda relación con la comprensión y la producción del habla. En el caso del izquierdo está relacionado con los aspectos melódicos, tonalidad etc. Así, cuando existen deficiencias auditivas se registran también dificultades en la recepción del timbre, el tono, la localización espacial del sonido o incluso los componentes del habla.